Y todo envejece.
Y es que de eso me di cuenta esta mañana cuando vi una foto en la que salíamos mi madre, mi padre, mi hermano y yo juntos después de más de 10 años de ausencia en cámaras fotográficas.
Mi hermano ya no es más de pelo corto que tenía la sonrisa espontánea, sino es un despeinado con la sonrisa dibujada. Ya no es más es niño estudioso que conocí hace veinte años, pues a estas alturas ya es un universitario que de vez en cuando se deja vencer por el sueño y se presta para que se le peguen las sábanas a la hora de despertar.
Ya no es el niño que toma Fanta, pues desde hace un tiempo prefiere las botellas de ron a la hora de refrescarse.
Papá ya no es el soldado invencible e incapaz de cansarse con tal de pasar tiempo con uno.
Papá es ahora una persona azotada por la vida, pero agradecido por la felicidad que de vez en cuando esta le dio.
Se nota. Se nota que papá está cansado, pues entre semana no le agradan las visitas, sin embargo, he aprendido a conformarme con que se sienta en la obligación de cumplir con nuestros encuentros de cada domingo.
Si bien ha olvidado muchas de nuestras aventuras, yo las recuerdo como si hubieran sido ayer y desde hace algún tiempo en adelante me he conformado con contarle algunas y robarle más de una sonrisa.
Mamá ya no es la fly hostess de hace 10 años, pues pasó por dos embarazos más después de nosotros y estos han dejado factura en el archivo de la vida.
Si, y sigue renegando igual, aunque debo admitir que a estas alturas del juego ha aprendido a escuchar y a seguir esperando que los años sigan pasando, pero ya no en compañía de dos, sino de cuatro.
Y yo, con la barba un poco más rebelde que la de hace algunos años, con el pelo que se empieza a caer más fácilmente, con horas de insomnio que impiden un sueño infantil y con un millón de sueños todavía por cumplir...
Y es que es inevitable no hablar de grandes cambios con trece años más en nuestras hojas de vida...
Metafórico Intenso. El Autor - Renzo F.
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