Yo bordeaba los cinco o seis.
Mi hermano estaba más cerca a los diez años que de nuestras aventuras.
Mi padre tenía los años y la experiencia, pero el alma de niño resurgía cuando nos reuníamos los Sábados por la noche en nuestra casa de la cuadra tres de Moore para elaborar el plan de contingencia de la aventura que entablaríamos el Domingo a primera hora.
- Bajen todos los carros a pilas que no utilizen. -decía papá, mientras trataba de esconder el cansancio que traía con él del trabajo-.
Mi hermano y yo corríamos en el acto y bajábamos todo lo que considerábamos útil.
Una vez que seleccionábamos lo que serviría y lo que no, mi padre comenzaba con la construcción y nosotros lo ayudabamos hasta las diez de la noche que el sueño se apoderaba de nuestros sentidos.
Papá continuaba toda de la madrugada haciendo la árdua labor que tenía un solo fín: Nuesta sonrisa.
Cuando amanecía, papá nos despertaba y mandaba a la panedería al que le correspondía. Nos turnábamos cada Domingo para ir a comprar el pan y los insumos del desayuno.
Papá hacía el desayuno y lo comíamos rápido para poder continuar con lo que habíamos iniciado la noche anterior.
Nos cambiábamos y no nos íbamos sin llevarle el desayuno a mi madre a la cama.
Mi madre jamás nos acompañó en aquella aventuras de infancia, pero aprendimos rápidamente a atribuírselo a su carácter complicado.
Cuando todo ya estaba en orden, salíamos con destino a la posita. Ni bien llegábamos, papá estudiaba el suelo y daba el visto bueno para comenzar con lo que sería reír y pasarla bien mientras veíamos andar a nuestro barquito de tecnopor y a motor, por supuesto...
GRACIAS VIEJO, GRACIAS POR TANTO AMOR.
Metafórico Intenso. El Autor - Renzo F.
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