Cuando "Loba" llegó al equipo lo hizo con su juego defensivo como principal característica y con su madre detrás.
Sí, porque Doña Rosa lo acompañó siempre.
Eran la madre ejemplo con el hijo ejemplo, capaces de llegar al escenario más lejano con tal de buscar juntos el triunfo.
Cada vez que "Loba" anotaba iba en busca de su madre y le dedicaba el gol besándola y abrazándola, mientras su madre se sonrrojaba por tal gesto a tribuna llena.
El hijo noble que toda madre puede pedir y la madre fiel que un hijo puede anhelar.
Desde los tiempos de la academia del entrenador brasileño nacido en Maynas, hasta los campeonatos difíciles donde abundaba la patada, nunca faltó Doña Rosa para alentar a su hijo.
"Hoy tenemos que ganar", me decía la madre de "Loba" cuando hace algunas semanas veníamos jugando un campeonato.
Le respondí con una sonrisa. No hacía falta preguntarle si iría, ya que su presencia estaba garantizada.
Doña Rosa se nos fue hace unas horas sin vernos campeonar en esos campeonatos que llegamos a semifinales y finales pero jamás las ganamos.
Doña Rosa se nos fue sin apagar la luz del coliseo que nos verá dar la vuelta algún día.
Doña Rosa se nos fue sin dejar señalados los pasos de baile para los Juegos de Invierno.
Doña Rosa se nos fue, pero con el compromiso de llegar a aquella tribuna celestial e interceder con Dios por cada uno de nuestros sueños.
Tal vez el destino no haya permitido que Doña Rosa esté en las graderías la próxima vez que su hijo anote. Pero no importa, esa sonrisa ya está grabada en primera fila.
Doña Rosa se ha ido, pero nos ha dejado como tarea buscar el campeonato por enésima vez.
Campeonaremos. Lo juro.
Hasta Pronto, Doña Rosa.
Metafórico Intenso. El Autor - Renzo F.
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