Cuando yo era un niño, en Navidad íbamos con mi hermano y mis padres un año a la casa de los abuelos paternos y otro al de los maternos.
En la casa de la abuela Margot -la mamá de mi papá- estaba el nacimiento más alucinante que ví de niño y que hasta hoy recuerdo. En la estructura de dicho nacimiento se veía todo el amor de la abuela por nosotros, todo el cuidado que le daba a sus adornos durante todo el año y todo el trabajo que le había costado armarlo.
Frente a ese nacimiento fueron mis primeras lecciones de oratoria, cuando por pedido de la abuela, cada uno de los nietos expresábamos nuestro sentir al niño Jesús y saludábamos su nacimiento llegada las doce para después abrir los regalos. En cuestión de regalos la abuela no se olvidaba de nadie: al igual que el los cumpleaños, nunca nadie se quedaba al menos sin un saludo telefónico.
Y es que lo tenía todo tan organizado: Los cumpleaños de la familia en una agenda y por Navidad un tierno y fraterno saludo con rpresente incluído.
Fueron Navidades más inolvidables que olvidables, que me hicieron sentir que tenía una hermosa familia a pesar de todo.
Nos juntábamos los cuatro hijos de papá: Mario, Fiorella, Félix y yo, que por cuestiones de ingratitud de mi padre, que hoy no pienso juzgar, nos veíamos cada dos meses.
El tío Dani y sus cosquillas, los primos, la seriedad del abuelo que yace en el albergue celestial acompañado casi siempre de una Coca Cola Ligth que le endulzaba los gestos. Todo, pero todo.
Hoy es distinto: El maldito alzheimer de la abuela y la partida inesperada del abuelo cambiaron todo. Ahora nos queremos, pero la Navidad ya no es como antes. Ya no siempre nos juntamos para recibir la medianoche y menos para hablar con la abuela sobre el niño Jesús, pues la enfermedad se llevó hasta su voz.
Papá, por cuestiones de amor o qué se yo, aumentó los nombres en su agenda devisitas en Nochebuena y tiene otras prioridades que tal vez habrían sido juzgables hace algunos años, pero hoy ya no por cuestión de madurez e independencia.
Fiore y Mario estarán en El Olivar, donde he sido cordialmente invitado y espero llegar en algún momento de la madrugada
Félix tal vez irá donde yo vaya, como casi siempre.
Me imagino que los tíos y los primos la pasarán en sus casas.
Yo la pasaré donde el corazón se sienta mejor.
¿Y el abuelo y la abuela?
El abuelo le mandará un beso desde el cielo a la abuela llegada la medianoche...
Y la abuela, en sus sueños, corresponderá al beso de su cholito qy lo complementará con alguna frase amor con esa voz que yo he olvidado y que en noches como esta me empeño en recordar sin lograrlo...
Metafórico Intenso. El Autor - Renzo F.
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