martes, 19 de febrero de 2013

YO Y EL FENÓMENO DEL NIÑO DEL 98



 Y así comienza una historia más, una experiencia más en los archivos con olor a nostalgia. Y es que cada vez que recuerdo algo de lo mucho que he vivido con mi viejo se me eriza la piel hasta más no poder y sonrío. Sonrío como sé que él lo haría.

Transcurría, si no me equivoco, enero de 1998 cuando Lima y el Callao se inundaban con las intensas lluvias de verano inusuales por el Fenómeno del Niño.

Aquella mañana de domingo despertamos casi todos a la misma hora, a las 9:30.
Como cada siete días, el niño de 7 años que algún día fui, iba en busca de papá para comprar, preparar y comer el desayuno.

Las reglas que mi viejo había puesto en casa consistían en que los domingos nos turnaríamos para ir a comprar: un domingo él, otro mi hermano Félix y el siguiente domingo yo..

Ese domingo me correspondía ir a mí. Ni la intolerante que lluvia que mojó Lima y el Callao fue excusa para que no cumpliera con las reglas...

Papá alistó para mí un traje confeccionado con bolsas negras, esas que son de basura y que, según él, eran también a prueba de lluvias.

De esa manera luego de unos 20 minutos entallándome el nuevo invento salí de casa con destino a la panadería a comprar el pan francés que tanto nos gustaba.

Llegué a la panadería lleno de bolsas y todos me miraban, no sé si por el traje de bolsas o porque era el más hábil. Debe haber sido por lo primero.

Luego continué mi camino hacia el mercado de La Punta, donde uno hasta ahora se encuentra con gente conocida, para comprar atún, paltas, jamón, queso, tamales y esas cosas que mi viejo nos preparaba los domingos.

Las miradas de todos seguían encima de mí. Sí, con el ridículo, pero también eficaz traje de bolsas de basura.

No habré demorado ni media hora en cumplir todo el itinerario fuera de casa cuando volví y Félix y mi viejo me esperaban para comenzar con la elaboración.

Mi viejo no era tan bueno en la cocina, pero ni eso le impedía innovar y hacer nuevas cosas que uno podía comer. El pan con palta y atún que preparaba era tan delicioso que ya me dieron ganas de comerme uno.

Siempre en la mesita redonda de comedor de diario...
Siempre los tres: Papá, Félix y yo...
Siempre, todos esos domingos con el mismo itinerario...
Siempre, las suficiente veces como para tenerlo grabado en el corazón... 

Oye, viejo...

Me regalaste una infancia linda que nada pudo romper por más que en algunas ocasiones haya parecido que se destruía a pedazos.

Me diste lo que más valoro: los recuerdos, las experiencias y las lecciones, además de los barquitos de tecnopor, las hamburguesas de lunes, miércoles y viernes; las propinas, los desayunos, los cuentos sobre Miguel Grau y Francisco Bolognesi, los partidos de Nintendo 64 y lo más importante: tu compañía. 

Metafórico Intenso. El Autor - Renzo F. 

(Foto Referencial)

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